- benedictinas
- febrero 1, 2023
- 9:05 pm
Cuando una persona tiene esperanza en algo nos está diciendo que tiene confianza en que las cosas van a salir bien, y eso le genera una motivación para la acción, para la vida. Esperanza viene del verbo transitivo e intransitivo esperar y del sufijo -anza, que puede indicar precisamente
acción, resultado, cualidad o agente.
Para mí, esperanza es un término que implica acción, que implica
vida; me lleva a crecer en actitudes muy positivas en el día a día y es
muy contagiable. Destacaría algunas como la alegría, el optimismo o
la perseverancia en la búsqueda de la verdad. Esto lo he vuelto a comprobar recientemente a raíz de vivencias personales que han marcado
—y redirigido— mi trayectoria.
Hace unas semanas he dado un paso importante en mi vida al hacerme novicia en el monasterio de benedictinas de León y tengo plena confianza en que las cosas van a salir bien, es decir, camino en esperanza.
Este caminar en esperanza, lejos de generar en mí actitudes pasivas de
una «espera sentada», me lleva a la acción y me mantiene viva en mi día a día. ¿Viva para qué? Para vivir mi carisma monástico. Un carisma que «busca verdaderamente a Dios» y trata de «no anteponer nada al
amor de Cristo» (Regla de San Benito). ¿Y qué me aporta este caminar en esperanza? Me aporta fuerza y perseverancia para seguir avanzando
en la dirección que mira hacia lo que de verdad quiero, aunque aparezcan obstáculos; y teniendo como GPS la voluntad de Dios. Además, me
hace vivir en alegría y con una actitud positiva hacia los acontecimientos y las personas. Luego ya vamos viendo varios frutos de este caminar en esperanza: fuerza, perseverancia, búsqueda de la verdad, alegría, visión positiva y confiada.
Y ciertamente son todos ellos aspectos que he ido observando y absorbiendo de las hermanas desde que vine al monasterio la primera vez.
Me los han contagiado y yo deseo contagiarlos a muchos. En realidad,
me han transmitido lo que verdaderamente es la vida monástica; lo hacen cada día. Y no con discursos, sino con su propia vida: con su vida sencilla de oración, trabajo y fraternidad; con su constante actitud de
búsqueda de Dios en todo y en todos.
Llegué al monasterio hace algo más de un año y lo hice sin ninguna intención de quedarme. Simplemente deseaba vivir unos días de retiro en medio de una situación personal de inquietud vocacional que me acompañaba desde hacía tiempo. Tras regresar a casa, pedí volver para realizar un periodo más pausado de discernimiento vocacional,
sin pensar en ningún momento en la opción de vida monástica, de la
que —además— no tenía ningún conocimiento ni experiencia. Sin embargo, Dios me comunicó lo que tenía preparado para mí desde antes de crearme, su plan de plenitud para mí: la vocación de benedictina en esta comunidad de hermanas.
La sorpresa y el desconcierto fueron grandes. Asombrosamente,
abracé esta invitación de mi Padre con prontitud e inmensa gratitud;
y de forma libérrima y alegre. Ahora, me parece darme cuenta de que
fue ese caminar en esperanza por la vida lo que me ayudó a reaccionar de
tal manera. Fue esa confianza en que las cosas van a salir bien, unida
a la convicción de que mi vida está en manos de Dios, lo que me hacía
discurrir de esta manera: «Si Dios ha pensado para mí este camino es
que es el mejor para mí. Es mi Padre, el que mejor me conoce y más me
quiere». También recuerdo que cuando comuniqué esta noticia a quien
me acompaña espiritualmente, con cariño y respeto profundo a mi libertad, me preguntó sencillamente: «¿Y cuál es tu respuesta?». «¡El fiat
de María!» fue lo que me vino del alma. Y luego meditando despacio
el Magníficat, me daba cuenta de que todo él es un precioso canto de
esperanza.
La Virgen no conoce nada de lo que va a venir, pero está contenta, le basta saber que el anuncio le viene de Dios por medio de Gabriel.
Yo no conocía nada de esta vocación, nunca había tenido contacto con
la vida monástica; pero estaba contenta, me bastaba saber que aquello
venía de mi Padre. De pronto, dudé y me dije: «¿Y si no puedo, si no soy capaz?». Y escuché a María : «Proclama mi alma la grandeza del Señor», «él hace proezas con su brazo», «auxilia a Israel», «ha mirado
la humillación de su esclava». María no se fija en ella, se fija en Dios, pone la mirada en el objeto de su esperanza. Así que yo adopté esa misma mirada y desde ese día pido al Espíritu Santo que me la mantenga ahí, focalizada en Dios, no en mí. Pues cuando empiezo a mirarme a mí y
mi falta de capacidad, lo que primero empieza a tambalearse es precisamente la esperanza.
San Isidoro de Sevilla, en su Libro de etimologías, decía que «la palabra esperanza se llama así porque viene a ser como el pie para caminar, como si dijéramos: es pie (spes). Su contrario es la desesperación, porque allí donde faltan los pies no hay posibilidad alguna de andar».
Para mí caminar en esperanza es sinónimo de vivir. Es como el oxígeno para respirar. Aquí la buena noticia es que nuestro oxígeno nunca se va a acabar. Los que tenemos a Dios como objeto de nuestra esperanza siempre podemos caminar en esperanza, porque Él nunca nos va a faltar. Dios sostiene mi vida, y esa es mi esperanza.
Sé que estoy en sus manos, que él vive conmigo y juntos acogemos
todos los acontecimientos de la vida. Por eso, pienso que la esperanza
se puede y debe vivir en lo cotidiano, sin necesidad de reservarla a
momentos o situaciones excepcionales. Yo así lo vivo, para mí son los pies para caminar cada día, y que me mantienen erguida.
Esta actitud de querer tener como objeto de mi esperanza a Dios me lleva a vivir con esperanza en el futuro. Y aquí me refiero a todo lo que vaya sucediendo próximamente y en largos años, tanto en mi persona como en la comunidad como en la Iglesia y en el mundo.
Se habla a veces sobre el futuro de las comunidades religiosas o de
la Iglesia desde una visión negativa. No es mi mirada. Yo confío en que las cosas irán saliendo bien, pero sobre todo me cuestiono: «¿Qué
es que salgan bien?»: ¿que haya muchas vocaciones?, ¿que no se den
conflictos o discrepancias?, ¿que se frenen las amenazas de cambio por
miedo al resultado?, ¿que sigamos siendo muchos?
Sencillamente, pienso que el Espíritu tiene mucho más que decir que
nosotros. A mí me gustaría dejarle hacer más en mí y que todos en la
Iglesia avancemos de su mano, dejando que él guíe nuestro caminar en
esperanza.
(sor Cristina, novicia en nuestro Monasterio, testimonio publicado en los materiales de la Comisión episcopal para la vida consagrada con el motivo de la Jornada de la vida consagrada 2023)