- benedictinas
- 05/03/2023
- 09:33
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt 17,1-9).
COMENTARIO
Todo este relato nos habla de transformación. No es sólo una apariencia física de Jesús distinta.
El verbo metamorfo, desfigurar o cambiar de forma, sugiere que hay un cambio en la naturaleza más íntima de Jesús. Él resplandece con gloria y tiene a sus discípulos con Él. Jesús no es glorificado apartado de ellos, sino que comparte con sus discípulos su gloria.
Y se oye la voz del Padre que repite el anuncio bautismal: Este es mi hijo, el amado, el predilecto. Pero añade: «escuchadlo». Quiere dejar muy claro que Jesús está por encima de la ley y los profetas. Es el Hijo, Unigénito, el único al que el cristiano tiene que escuchar.
¿Podremos también nosotros aparecer con gloria? Por supuesto; cuando tenemos el amor de Dios en el corazón, nuestro rostro brilla. También, a cada uno de nosotros, se nos dice hoy: tú eres mi hijo amado, mi predilecto. Y no porque Dios Padre necesite más hijos, sino porque nosotros necesitamos un Padre.
Rosa María
Padre, se que estás ahí cuidando de mi, te obedezco y te adoro. Y siempre escucharé a tú hijo nuestro señor Jesucristo, el nos enseña tus mandatos y nos llena de luz la vida, oigo cómo me llama a seguir sus pasos, mi corazón quiere seguirle eternamente