MUJER SANADA

Todo lo que ocurre entre Jesús y la samaritana es escandaloso para un judío de su época. Pasar por Samaría nunca lo haría un maestro judío y, mucho menos, hablar con una mujer y pedirle agua porque quedaría impuro.

Pero a Jesús no le importan esos ritos fríos y despersonalizados. No le importa quedar bien ni cumplir la ley, sino curar y restaurar a una mujer enferma por su estilo de vida pasado.

Y, en el diálogo con ella, Jesús hace una cosa muy desconsiderada, imprudente y de poco tacto: le saca a la luz un aspecto muy vergonzoso de su vida, sus muchos maridos e infidelidades. Y, ¿por qué hará, Jesús, algo tan desagradable? Porque es un aspecto que debe ser mirado de frente por ella, confrontado y sanado. Nadie puede vivir feliz con aspectos ocultos en su vida y mal gestionados.

Pero la mujer rechaza la oferta de Jesús, no quiere escuchar esto vergonzoso de su vida y desvía la conversación con otros temas: el culto, la adoración, el Templo.

Hay un final feliz. La mujer sana. ¿Por qué? Porque Jesús reinterpreta su historia, le da un nuevo significado a su pasado y no la condena, sino que la concede el gran don sanador del Espíritu Santo. Entonces la samaritana se reintegra feliz en la vida de la comunidad; antes estaba sola. Se convierte no sólo en una persona transformada, sino también transformadora; no sólo en una persona sana, sino también sanadora.

(E.A.)