En la ciudad de Córdoba, el 26 de junio del año 925, muere mártir Pelayo, un niño de unos trece años, después de dar testimonio de su fe.
En el año 966 reina en León Sancho I, el Gordo, que viaja a Córdoba por motivos de salud. Su esposa, la reina Dª. Teresa Ansúrez, y su hermana, la infanta Elvira, al escuchar lo que se dice del niño mártir Pelayo, persuaden al rey para que traiga sus restos a León.
Éste manda construir un monasterio para colocar en él los restos. Ese monasterio es el nuestro, Santa María de Carbajal. Probablemente se vive según la Regla de San Benito, que se observaba en León desde el año 905.
El 11 de febrero del 995 las monjas leonesas, para poner a salvo las reliquias de San Pelayo, ante la amenaza del caudillo árabe Almanzor, marchan a Oviedo, donde permanecerían los restos del santo hasta la actualidad.
En 1063, los reyes Don Fernando I y Dª. Sancha, para enriquecer la iglesia de estilo románico que acaban de construir en la zona noroeste de la ciudad, traen de Sevilla los restos de San Isidoro que son custodiados por las monjas que habían vuelto de Oviedo a León y se habían instalado en esa zona.
Corre el año 1148, cuando el Emperador Alfonso VII, secundando los deseos de su hermana, la infanta doña Sancha, de procurar una mejor atención para los restos de San Isidoro, establece una permuta con los canónigos de San Agustín y traslada a las monjas al pueblo donde éstos vivían. Situado a una legua de León, el pueblo había recibido el nombre de Carbajal de la Legua, y el monasterio donde residirían las monjas toma así el nombre de Monasterio de Santa María de Carbajal. Allí la comunidad inicia una nueva y prolongada etapa que duraría 452 años y que le haría ganar el nombre popular de “carbajalas”, con el que actualmente se las reconoce por muchos leoneses.
En 1600 las monjas benedictinas de Santa María de Carbajal regresa a la ciudad de León. Se instalan en el Burgo Nuevo, un barrio al sur de la ciudad, al exterior del recinto amurallado. Ahí vive la comunidad hasta el momento actual.
MARTIRIO DE SAN ADRIÁN Y SANTA NATALIA:
Marco Aurelio Valerio Maximiano apodado Hercúleo fue emperador romano desde el 286 hasta el 310 en que falleció y compartió el cargo con Diocleciano. Persiguió a los cristianos. Fue a Nicomedia, Provincia de Turquía, acompañado de un caballero ilustre y principal: Adrián de 28 años. Éste, al ver la ejecución de los mártires e impresionado, les dijo:
¿Qué galardón esperáis? porque juzgo que debe ser grande sobre manera. Los 23 le contestaron: Esperamos los bienes que Dios ha preparado para los hombres, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre pudo intuir jamás.”
Al oír esto Adrián se puso en medio de ellos y dijo a los notarios que estaban allí: “Escribid mi confesión entre la de estos servidores de Dios porque yo también soy cristiano”. Pasado algún tiempo, habiendo oído Maximiano que el nombre de Adrián figuraba entre el de los que iban a ser ejecutados, lo hizo llamar le dijo:
¿Te has vuelto loco Adrián? ¿Acaso tú también quieres ser sentenciado a muerte?
Adrián le respondió: No, no he perdido el juicio sino que más bien he pasado de la gran locura a la sensatez y a la luz del entendimiento. Maximiano, lleno de ira, lo mandó encarcelar y señaló el día en que lo iban a matar.
Su mujer, Natalia, acudió presurosa a la cárcel y le dijo: Bienaventurado eres Adrián porque has hallado las riquezas que no te dejaron tus padres y te animo a que vayas al martirio.
Adrián murió en el año 306.
Destino de los restos de San Adrián y Santa Natalia. Después de morir San Adrián, los fieles recogieron secretamente los restos y los llevaron a su mujer Natalia que, con los restos de su marido, se fue de Nicomedia a Bizancio donde dedicó su vida al servicio de Dios. Al morir ella juntaron sus restos con los de su marido y los llevaron a Roma y en tiempos de Honorio I (615-638), la antigua Curia del foro romano se cristianiza y se convierte en un templo dedicado a San Adrián.
Existe ya en esta época una gran devoción a San Adrián que, con el transcurso de los años, fue creciendo, dinamizada por el papa Sergio I (687-701), de ascendencia oriental y por lo tanto cercano a su culto.
Llegada a España de los restos
El peregrinaje de nuestros santos a la península comienza en la Alta Edad Media, en el norte de León, en el condado de Boñar. El Conde Guisvado es enviado a Roma por el rey Alfonso III, el Magno, rey de Asturias desde el 866 al 910, para defender al papa Juan VIII ante el inminente ataque musulmán.
El papa, agradecido, dona las reliquias de estos santos al rey. Con parte de ellas funda el rey la iglesia de S. Adriano de Tuñón en Asturias y el matrimonio de Guisvado y Leuvina fundan, cerca de Boñar, el monasterio masculino de S. Adrián de las Caldas y su iglesia mozárabe.
Las reliquias de los santos titulares fueron trasladadas en 1268 desde este monasterio, al cercano de San Salvador.
La fundación de este monasterio de San Salvador aparece documentada por inscripción recogida en el mismo templo. Era un monasterio dedicado a San Salvador y Santa María fundado en el año 980.
El motivo del traslado se describe así: “Como en el monasterio de San Adrián las reliquias estaban debajo del altar, en un arca de piedra y el arroyo de agua pasaba tan cerca, con la mucha humedad se dañaban y por eso determinó el abad sacarlas de allí y trasladarlas a la Iglesia de Santa María y San Salvador. Se realizó el 25 de junio de 1268.
El Abad era D. Pedro Martinez, Abad de San Pedro de Eslonza. En el monasterio de San Salvador puso en la pared una piedra con esta inscripción: “Aquí están los sagrados huesos de los santos Adrián y Natalia por los cuales el Señor hizo muchos milagros cuya traslación fue realizada por D. Pedro Martínez abad con gran devoción, a 25 de junio de 1268.
Mientras tanto, García I, hijo de Alfonso III, y primer rey de León, que reinó tres años, en ese pequeño periodo fundó varios monasterios entre ellos el de S. Pedro de Eslonza en 912.
Posteriormente fue destruido por Almanzor en el 988 pero reedificado en el año 1099 por la Infanta Doña Urraca de Zamora que dio al monasterio de Eslonza numerosas donaciones.
En 1602, fueron llevadas al Monasterio de San Pedro de Eslonza, las reliquias de San Adrián y Santa Natalia, colocándose en la sacristía dentro de un arca de plata. Procedían del monasterio de San Salvador.
Al efectuarse el Decreto de la exclaustración, por la desamortización de Mendizabal en 1836, un religioso de este monasterio, fray Antonio González (después párroco de Santa Olaja de Eslonza), tomó a su cargo la custodia de la urna con la esperanza de que algún día pudieran volver a recibir culto en la iglesia.
Al llegar el párroco a edad avanzada puso en conocimiento del obispo de León este hecho, quien decidió trasladar las reliquias al Monasterio de benedictinas de Santa María de Carbajal en la capital leonesa. La elección de este cenobio se asienta en que hacía muchos siglos, estas reliquias habían pertenecido a otro monasterio de la misma Orden. Hoy, las Carbajalas custodian desde 1878 la actual urna de plata, situada bajo el altar.
Documento del traslado de los restos de los mártires Adrián y Natalia a nuestro monasterio.
Nos, D. Saturnino Hernández de Castro por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de León.
Certificamos y atestiguamos: Que durante nuestra visita pastoral hecha en el mes de mayo del presente año, 1878, al Arciprestazgo de Mansilla , hallamos en el pueblo de Santa Olaja, perteneciente en otro tiempo a la Abadía de Eslonza de la orden de San Benito, una urna de madera con cubierta de plata, que conservaba en su poder los restos del mártir San Adrián y de Santa Natalia. Procedemos al traslado al Monasterio de Santa María de Carbajal de León.
Qué contiene la urna
Un cráneo, un hueso largo de un fémur o húmero, huesos pequeños y un escrito atestiguando la autenticidad de los restos