- benedictinas
- 15/10/2023
- 11:10
Un rey prepara un banquete de bodas para su hijo y manda invitaciones para todos.
Se nos presenta el verdadero deseo de Dios para el hombre: una felicidad semejante a la esperada en un banquete de bodas.
Sorprendentemente, se rechaza esta invitación a la felicidad. Pero Dios no se desanima nunca. Por encima de todo, habrá una fiesta final. Hay que salir a donde sea para encontrar invitados; sobre todo, a los cruces de los caminos donde están los despistados, los perdidos.
Todos los que asistan tienen que llevar traje de boda que se da gratuitamente y por costumbre a los invitados. El rey se da cuenta de que hay uno que lleva su propia ropa; y eso es muy inadecuado: es un hombre fuera de lugar, está como invitado, pero solo para quedar bien. No está integrado en el grupo ni participando de la fiesta.
No se puede vivir de cualquier manera, como a uno le apetece, sino en comunión con los demás. Si no se da esto, no puede haber fiesta. Una verdadera fiesta implica una verdadera unión y comunión de los asistentes.
Hoy se nos hace una pregunta: ¿Haces de tu vida una fiesta e invitas a los demás a participar o te construyes tragedias y dramas y contribuyes al mal y destrucción de los demás?
(Sor Ernestina)