- benedictinas
- 08/10/2023
- 16:41
EVANGELIO DEL DOMINGO XXVII – A
«En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo.» Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.» Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?» Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21,33-43).
COMENTARIO
En el evangelio de hoy, se nos habla de un propietario que se preocupa de que su viña dé fruto y contrata labradores que, sorprendentemente, se niegan a entregarle los frutos de la cosecha. Tienen, además, una osadía increíble: van matando a todos los criados que el amo de la viña envía e incluso matan a su hijo.
Nos entristece mucho ver el cuidado y esmero con el que el dueño trata su viña y la ilusión con la que espera de ella fruto viendo cómo contrasta con el resultado final.
El señor se ve obligado a ver morir a esos labradores y pasa la viña a los que le puedan dar el fruto a su tiempo.
Esta parábola también nos habla a nosotros de nuestros frutos; porque el sello de un trabajador fiel es el de dar el fruto esperado a su tiempo. Y nuestro tiempo es ahora, en esta situación concreta, en nuestro «ya».
(Sor Ernestina)